lunes, 4 de octubre de 2010
Migraciones y derechos de la niñez
Esta historia se repite muchas miles de veces en nuestro país en el que 13 de cada 100 hogares tiene a un familiar viviendo en el exterior. Más que cifras los que emigran son madres y padres que no pueden estar con sus hijos e hijas en el día que el calendario nacional los celebra, que no asisten a las graduaciones y esperan las fotos por correo. Hermanos que desde la distancia recuerdan momentos de niñez. Familiares que no pueden venir al funeral del ser querido. El duelo se vive en soledad y silencio es más profundo.
La distancia pesa cada día más a medida que los recuerdos se hacen borrosos. El teléfono no reemplaza una palabra susurrada al oído. Las imágenes que se recuerdan no crecen o envejecen, las personas sí. Cierra los ojos y se dibuja una sonrisa. Ya no es la niña que se llevaba en brazos. Creció. Los primeros pasos, la graduación del preescolar o primaria. En las fotos se ve mucho más alta. La cinta de video que contiene las imágenes de los lugares y actividades en que deberíamos estar y no estuvimos deja muchos vacios. Asoma una lágrima.
Reducir estas historias a una frase es difícil. Los sentimientos que generan escapan al ejercicio académico y al cálculo estadístico. Migrantes: personas que se desplazan desde el país en que nacieron hacia otro. Simple el concepto, compleja la realidad que les toca vivir.
Multitudes. Las cifras más conservadoras estiman que más de 700 mil nicaragüenses viven fuera del país. Tienen varios destinos. Unos cruzan la frontera hacia el sur, otros emprenden un largo viaje hacia el norte. Los primeros saben que el tiempo de la separación es corto, la proximidad geográfica contribuye mucho. Los segundos llevan la certeza que cada kilómetro recorrido los aleja no sólo en distancia, sino también en tiempo.
El viaje no es en vano, tiene una intencionalidad definida: buscar mejores oportunidades para que los que se quedan vivan mejor, que los hijos e hijas puedan ir a la escuela y después a la universidad, que no falte la comida en la mesa, que haya dinero para atender la salud, mejorar la casa o construir una propia. Vivir mejor.
El trabajo que realizan, muchas veces en condiciones de explotación, sin protección social y con mala paga, se traduce en remesas que a su vez se transforman en bienes intangibles (educación, conocimiento, cultura, más salud) y otro más tangibles (vivienda, alimentos, medicinas). A pesar de todo queda un vacío que no llena las certezas de que las necesidades básicas están siendo satisfechas. Soledad. Hace falta el calor de un abrazo, la alegría de una sonrisa, una caricia. Wester Union aún no envía ni recibe sentimientos.
Se lleva el cuerpo, se deja el alma. Volver la mirada. Escuchemos… niños preguntan por mamá.
Extrañan la mirada tierna, manos que curan. Veamos… hijas que se sienten solas, pero no lo dicen. No parece importarle a muchos. La inmediatez del hoy no deja espacios para esas sutilezas.
Una voz, frágil, antes de partir, dice: volveré pronto. La mitad de los y las que se van dejan hijos e hijas al cuidado de sus familias o parejas. Los hombres no lloran. Un padre a su hijo: “tu mamá te cuidará”. Cuando pregunten por él, ella les dirá que está lejos, trabajando. Que los quiere mucho. Madres, ellas no se van, su alma queda con los hijos e hijas. Los nombra en el silencio de la noche. Sabe que la extrañan, que preguntan por ella. ¿Habrá quien les explique por qué no está? Cómo se lo explicarán, con qué palabras. Quedaron en buenas manos. Mi mamá cuidó bien de mí, también lo hará con ellos. Son sus nietos. Ella los quiere mucho. Suspiro.
Los niños y niñas son muy observadores. Saben mucho de migración. Conocen de la experiencia de crecer separados de sus madres, padres, hermanos. Hacen preguntas: dónde está mamá, porqué se fue. No hay respuesta. Los adultos piensan que están demasiado pequeños para entender. ¡Adultos¡ quién los entiende.
Las autoridades parecen no entender tampoco. Casi nadie en el gobierno se preocupa por conocer qué significa la migración en la vida de las familias. Aunque son cien mil niños y niñas las que tienen a su mamá o papá fuera del país el tema es muy doméstico. No ocupa las altas preocupaciones del Estado, salvo cuando los flujos de remesas, que representan el 20% de todo lo que se produce, bajan.
No hemos consultado con los niños y las niñas qué piensan de la migración. Los que se quedan demandan la atención de las familias, la comunidad y el Estado. Aunque muchos reciben la oportunidad de estudiar, recrearse, otros deben asumir el rol de la persona que se fue. No basta tener satisfechas necesidades básicas, ¿qué pasa con lo que el dinero no puede comprar? Los sentimientos de soledad, qué hacemos con ellos.
Otros niños son migrantes y están expuestos a muchos riesgos. Las políticas migratorias de los Estados por los que van de tránsito los criminalizan junto a sus padres. Cuando llegan a su destino pasa igual. Requieren la protección del Estado en que nacieron y que los olvida.
Aunque son pocos los casos, debemos volver la mirada hacia los niños y niñas que viajan solos siguiendo las huellas del que muchos años atrás, pasó por el mismo lugar. Son vulnerables, están solos.
Las historias de los niños y niñas en contextos de migración demandan nuestra atención. El tema tiene mucho que ver con la pobreza en que viven las familias y la incapacidad estatal para garantizar condiciones que posibiliten una vida digna.
Es urgente formular políticas públicas. Los temas a tratar son muchos: protección más allá de las fronteras, lazos afectivos –cómo fortalecerlos, mantenerlos, construirlos-, construcción de redes sociales y familiares de apoyo. Son necesarias leyes, cambiar las que ya existen por discriminatorias y excluyentes.
Todos somos migrantes. No nacimos como flores en el campo. Nuestros caminos son largos, de mucha distancia y tiempo. La conciencia de ser o haber sido migrantes, debe movernos a proteger sus derechos humanos.
Mientras escribo estas líneas y usted las lee, muchos niños se sienten solos, extrañan y desde la distancia también son extrañados. Hagamos algo por cambiar esta realidad. Voluntad. Eso necesitamos.
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