El Movimiento Juvenil Nacional incide a seguir luchando por la proteccion de las tortugas y por lo tanto el equipo Tecnico del Movimiento, "No Come Huevos De Paslama"
Más de dos mil tortuguillos fueron liberados la tarde del viernes en Chacocente.
Más de dos mil tortuguillos fueron liberados la tarde del viernes en Chacocente.
Ése es parte del relato de Jimmy Amador, un ex “huevero” de Chacocente que no se conformaba con esperar a que las tortugas llegaran a desovar a las playas, sino que se adentraba al océano Pacífico de Nicaragua para quitárselos de las entrañas.
Amador cuenta que, desde muy joven, se iba a pescar con los hombres. El objetivo no era precisamente las tortugas, pero si una aparecía en el camino, la capturaban, debajo de la pata derecha le abrían una herida grande para meter el brazo y le sacaban los huevos del vientre.
Eran dos docenas de huevos o más. Menos de diez córdobas para los pescadores, pero más de 200 córdobas para los dueños de restaurantes. El “resto” de la tortuga, sin valor comercial, era tirado al mar, a morir desangrada o para servir de almuerzo a otras especies marinas.
“Uno ve la tortuga con un hoyo en la paleta, echando sangre y boqueando... pero uno sólo piensa en el dinero”, afirma Amador con palabras que le cuesta sacar. Ahora se avergüenza de eso. Se trata de un joven alegre, espigado, pero que baja la cara cuando recuerda su pasado, habla bajito, hace pausas y repite: “¡A la gran p... qué hice, qué hacía...!”
Amador llegó incluso a comer carne de tortuga obligado por la necesidad, pero también por vagancia.
Sin embargo, su vergüenza no se quedó en gestos y palabras. La transformó en acciones.
El pasado viernes, Amador estaba estrenando una camisa con un mensaje que decía: “Yo no como huevos de tortuga”. Debajo, el logotipo de un tortuguillo saliendo del huevo.
Es verdad. Amador ya no come esos huevos, no los roba, no los vende. Los cuida como madre.
Es el encargado de un vivero que, junto a otros, producirá 1.8 millones de tortuguillos que nacerán como producto de la recién terminada campaña de arribadas de tortugas, todo un récord para las playas del Refugio de Vida Silvestre Chacocente, según Faustino Obando, especialista en tortugas de Chacocente.
NIÑOS EDUCAN A ADULTOS
Amador representa al clásico habitante de Chacocente. Gente que antes se dedicaba a la agricultura o la ganadería, que tenían en común el saqueo de los huevos de tortugas marinas, pero que tomaron conciencia del daño a la naturaleza y transformaron sus vidas para proteger ese recurso.
Satisfecho, el profesor Luis Castillo saca de su mochila un tesoro. Se trata de un diploma de reconocimiento que el Ministerio de Educación (Mined) entregó a un grupo de profesores dirigidos por él, en premio a su “desempeño, dedicación, esfuerzo y esmero”, especialmente por el trabajo a favor del medio ambiente.
Miles de tortuguillos están siendo liberados cada día en Chacocente tras cuidar de su gestación entre septiembre y marzo. Sólo uno entre 100 llegará a adulto.
Se trata de 11 maestros que atienden a casi 300 alumnos adolescentes y 36 adultos en cinco escuelas ubicadas en el Refugio de Vida Silvestre Chacocente, en condiciones mínimas. Para dar clases, algunos gastan 80 córdobas en transporte, otros caminan casi diez kilómetros, casi nunca ven a sus familias, viven en la misma escuela o posan donde padres de familia.
Hay maestros como Roberto Solís, Marvin Pérez y Jeffer Solís, que tienen que atender primaria, secundaria y preescolar... todo en el mismo turno.
“Uno se las arregla, saca tiempo. Para poder atender a los de preescolar yo hago trabajo en grupo, dejo a mis alumnos con los que uno escoge como monitores, de todo”, explica Pérez, quien tiene la experiencia de atender tres aulas de modalidades distintas en un solo turno, dos veces al día, sin incluir turnos nocturnos ni de fines de semana.
Castillo se enorgullece al decir que, en el caso de Chacocente, los niños educan a los adultos en temas ambientales, ya que inculcaron en ellos la vocación de hablar con sus padres de la importancia de tener huertos escolares, para variar su nutrición y depender menos de los ingresos económicos; de sembrar árboles en vez de talarlos; y de cuidar los animales silvestres antes que maltratarlos.
Con apoyo de la Cooperación Alemana, los maestros compraron herramientas para plantar, pero también equipos de audio y vídeo, más una planta eléctrica para que los alumnos vayan felices a la clase de Educación Técnica Vocacional, donde les inculcan el amor por la naturaleza.
Los padres de algunos de los jovencitos eran “hueveros”, pero abandonaron esa práctica para formar dos cooperativas de trabajo, una de apicultura y otra de turismo.
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