17:17 - 27/03/2010
Conceptualmente, se considera que se es joven a partir de los 18 años y se continúa así hasta los 25-30 años, de esa manera se determina su inicio y fin. Esta manera de referirse a la juventud como etapa ya definida en su duración viene acompañada de una serie de expectativas sociales, ya sea de conductas, pensamiento y funciones; en relación a lo que en la juventud le toca hacer al ser humano. Estas expectativas sociales van en dependencia a la realidad social de país, a los contextos y coyunturas y a las necesidades sociales.
Estas expectativas sociales varían por lo tanto de sociedad en sociedad, y se encuentran definidas antes de que el nuevo joven llegue a esta etapa. Por lo tanto estas expectativas son construidas para el joven y no desde el joven, que responden a necesidades especificas y generales de una sociedad en la que el adulto asume una posición superior a la del joven, ya sea por edad, experiencia de vida, grados de poder, de estatus o de control; es el adulto el que tiene una posición mas ventajosa en relación al joven.
Esta relación desigual viene construida desde el nacimiento del ser humano, el niño y la niña al nacer llega a formar parte de estructuras de las cuales depende, de las cuales aprende a ser y estas estructuras a su vez forman y moldean según sus expectativas como debe ser este niño, esta niña; consolidando así el proyecto social de permanencia de valores, transmisión de creencias y construcción de nuevos adultos.
Pero existe un momento de corte y desfase en el que por un lado el nuevo joven rompe el cordón umbilical con los adultos encargados de su crianza y cuidado, y por otro lado, el adulto ve en el joven, en la joven a alguien desconocido, algo que se sale de “su control”, ve al joven como algo amenazante.
Esta percepción de amenaza surge a partir de la necesidad construida y sostenida del adulto de controlar, cuando ya no se tiene esa seguridad de controlar es cuando las conductas espontáneas del joven, del adolescente, del niño/a, tienden a percibirse como negativas, como peligrosas y en definitiva como castigables. Si es en esta relación de control-dependencia que se desarrollan los primeros 18 años del ser humano, es necesario entonces preguntarse que tan lógico es que los padres esperen que el joven cuente con la autonomía y la independencia necesaria para alcanzar expectativas sociales como culminar estudios, alcanzar independencia económica, interesarse por su país.
La autonomía y la independencia de pensamiento son capacidades que se deberían de construir desde la familia. La familia por su lado es una institución social que con el devenir histórico (económico, social y político) ha ido disminuyendo su capacidad para cuidar, educar y guiar a los seres humanos que van naciendo. La familia, como institución social que ha sido entendida como base social, está en una etapa de invalidación social. Se maneja aún la idealización de la familia como una institución en la que se fomentan valores morales, nacionales y sociales; pero cuando comparamos esta creencia con la realidad social es necesario darse cuenta que es una idea fantasiosa pensar que la familia está cumpliendo ese papel tan importante.
La familia se ha convertido en una institución sin brújula, liderada por adultos que no terminan de tener conciencia de lo que significa ser adulto, que al igual que el joven de hoy fue obligado a dar un salto de vida en el que asumía responsabilidades sin contar con las capacidades personales necesarias y con frustraciones y decepciones sociales reprimidas que al mismo tiempo frustran las relaciones adultos-jóvenes lo que se termina convirtiendo en un circulo vicioso de frustraciones. Estas frustraciones varían de sociedad en sociedad, por elemento histórico.
Es en medio de estas frustraciones, tensiones y agresión social no concientes que la familia debería formar seres humanos que “sirvan” a la sociedad. Lamentablemente no se transmite ni se enseña lo que no se tiene, el joven, la joven que desde su nacimiento observa los modelajes de su padre, y de su madre; entienden y se explican el mundo y sus contradicciones a través de estos ejemplos de conducta. Los padres transmiten a sus hijos en este sentido sus frustraciones, sus agresiones, sus limitantes, sus contradicciones y sus creencias sobre el mundo. Y esto a su vez influye en el futuro del/la joven.
La función de la familia trasciende el cuidado post natal, la alimentación y la vivienda; la familia enseña al nuevo ser humano como se vive, lo que se espera de él y de ella y de que es capaz, a cuanto tiene derecho a aspirar.
Las aspiraciones de vida, en este caso en la vida de los jóvenes, no es algo de lo que se deba hablar en abstracto, se dan en dependencia de la auto percepción del/la joven, de cómo se siente, de cómo se valora; y esto lamentablemente se aprende en principio en la familia. Una familia que no enseña al niño o la niña a respetarse, a que su opinión es válida, a que su integridad es importante y que la libertad es algo positivo; fomenta en la vida de este/a futuro joven la inseguridad, dependencia, poca iniciativa, poca capacidad critica, poca creatividad y poco criterio e identidad propia.
Cuando se pregunta entonces porque la juventud no propone, no participa, se debe recurrir en principio y no como la única dimensión, a revisar los modelos familiares con los que la sociedad está funcionando. Si la familia como primer parada de la vida del ser humano no transmite capacidad y habilidades que permitan responsabilizarse de la propia vida sino que por el contrario, enseña la dependencia, indefensión y la resignación como principios de vida; sería necesario que los adultos, críticos eternos de la juventud, se hicieran de un espejo y empezaran a buscar respuestas en “lo que ven”.
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